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Mi primera vez...

Actualizado: 30 mar 2022

-La tarea de un buen hombre es “coger” y “coger” sin mirar a quien-

Juan Ernesto tenía 15 años cuando su padre y el vecino de ellos, de nombre Gustavo lo llevaron a beber a un bar, ese día el progenitor le había pronosticado al primogénito que su vida cambiaria, que nunca volvería a ser el mismo... y no se equivocaba, el lugar en cuestión era mal oliente, la pestilencia que se percibía era una mezcla entre cigarrillo, licor y sudor de viejo, esta se habían impregnado en las paredes del antro para nunca más irse, el piso estaba muy pegajoso, con cada paso que el chico daba pareciera que el bar quisiera atraparlo y no dejarlo caminar, el lugar estaba casi lleno, miraba de un lado al otro con suma extrañeza, las paredes estaban descoloridas y adornadas con fotos de famosos salseros muertos, allí solo se divisaba hombres, la mayoría tenían el aspecto de ser albañiles o ladrones de poca monta, ninguna mujer que se respete pisaría un tugurio de ese estilo, la única imagen femenina que allí había era Zoila, la dueña del antro, de mediana edad, aparentaba unos 55 años, su obesidad le había robado cualquier vestigio de silueta femenina que la vida le hubiera dado, de cabello muy corto de facciones poco agraciadas y cara grasosa, lo peor de ella no era su aspecto… ni siquiera el olor que emanaba (el mismo olor nauseabundo que brotaba de las paredes del bar), lo peor de ella era su forma de hablar, en vez de hablar pareciera que gritaba y daba tantos insultos, su lenguaje resultaba casi incomprensible para el asustado chico, a pesar de todo esto el muchacho se sentó en la vieja silla de madera, aparentando sentirse cómodo con su padre o como le decían todos en el barrio: “don Ricky”, y el vecino… las cervezas ya estaban servidas en la mesa, allí el chico bebió su primera, el sabor le supo asqueroso no entendía porque los adultos hacían tanto alboroto por esa bebida amarga, espumosa y de mal sabor, su padre y Gustavo miraban con gracia la cara que Juan Ernesto ponía con cada sorbo que ingería. Ellos bebían las suyas como si no hubiera un mañana.


-Papa este lugar es muy feo, no entiendo porque siempre vienes acá- pregunto con curiosidad.

-Acá la cerveza es barata y no hay esposas que quieran venir a molestarnos… es el paraíso-le decía don Ricky mientras pedía otra ronda de cervezas. El tipo era terco y altanero con todos y más aun con su familia, normalmente andaba de mal humor, era pocos amigos, su personalidad no le permitía durar mucho en ningún empleo así que la mayoría de días las pasaba en la calle, buscando oficio, le encantaba pasar los fines de semana gastando sus últimos dólares en cerveza con Gustavo quien era el único que lo aguantaba.

-Pero papa… no te gustaría que mama te acompañe y que te cuide para cuando te emborraches… -decía Juan Ernesto con algo de inocencia.

El padre miro a Gustavo unos segundos para luego al unísono estallar en risas. Juan Ernesto no entendía… como siempre. Gustavo al percatarse de la confusión del chico intento aclararle un poco el panorama, le tomo del hombro y le dijo:

-Hay 3 razones por la que estamos siempre metidos en este lugar: la cerveza barata, la ausencia de esposas y la puerta roja.

-¿Puerta roja?¿cuál puerta roja? -Pensaba Juan Ernesto mientras inspeccionaba todo el lugar de nuevo, pudo hallar a un lado de la barra una puerta pintada de rojo, era una puerta de madera vieja de la cual cada cierto rato entraban y salían hombres, en un inicio pensaba que era la puerta del baño, pero al percatarse mejor se dio cuenta que el baño estaba casi a la entrada.


-Te refieres a esa puerta roja- decía mientras la señalaba repetidamente- ¿Qué ahí allí? -

-El paraíso muchacho… el paraíso- decía Gustavo con un suspiro.


La curiosidad de Juanito sobre que había del otro lado de la misma crecía a cada segundo, empezó a insistirle a su padre para que le contara.

-Tranquilo muchacho, te dije que tu vida cambiaria a partir del día de hoy, y justo allí está la razón - dijo el padre señalando a la puerta- no comas ansias y espera un poco, primero terminemos las cervezas y luego entraremos- dijo mientras bebía una botella de forma completa, Gustavo hizo lo mismo.


Juanito cual muchachito poseído por la curiosidad se bebió de un solo sorbo lo que le quedaba de cerveza, incluso trago mal la bebida y empezó a toser profusamente, los adultos se reían al verlo.


El padre de Juan alzo la mano llamando a la dueña del negocio, esta se acercó a la mesa, con un trapo la limpio un poco y le pregunto al padre de Juan:

-Estará listo el pollito?

-Ningún pollito, mi hijo es águila como el padre- dijo mientras le daba unas palmadas a la espalda de Juan.

-Oh perdón… Vengan águilas- dijo Zoila mientras empezaba a caminar en dirección a la famosa puerta, los 3 la seguían, cuando cruzan la puerta Juanito por fin pudo matar la curiosidad.


El imaginaba otra cosa, se decepciono un poco al ingresar, y encontrarse de frente con un gran patio habían allí algunas mesas y varios hombres sentados bebiendo, el olor era igual de pestilente que en el cuarto anterior y el piso igual de pegajoso, pero la diferencia es que acá había mujeres, todas ellas en tanga, estaban cada una arrimada a un cuarto diferente, conto 6 habitaciones cada una numerada y 5 mujeres al parecer uno de los cuartitos estaba vacío. Las mujeres eran algo mayores tenían entre 30 y 40 años y de cuerpos un poco obesos y descuidados, de mal aspecto, esto desagradaba a Juanito. El no entendía porque su padre y Gustavo pensarían que esto era el paraíso. Las mujeres miraban a Juan, le sonreían y daban besos. Juan solo se limitaba a virarles la cara y a ver a su padre con extrañeza.

-Hoy dejaras de ser un mocoso para convertirte en hombre- le decía el padre dándole otra vez unas palmadas fuertes en la espalda. Juan empezaba a ponerse nervioso, pensaba que su padre lo había llevado al bar para darle su primera cerveza, al parecer se equivocaba. El no entendía como acostarse con una tipa fea podría volverlo un hombre. A pesar de que las señoras eran poco agraciadas para Juan ellas seguían siendo unas bellezas en comparación con la dueña de ese negocio, la vieja era otro cuento aparte, era tan fea que podría hacer llorar a una cebolla. Justo estaba pensando eso cuando la susodicha señora se sentó junto a ellos y les dijo:

- Para hoy estaba esperando a Martina, iba a empezar hoy a trabajar para mí, que pena que no haya podido llegar todavía, el cuarto la está esperando- decía mientras señalaba el único de los cuartos vacíos que allí habían.

-¿Carne fresca? Uy no sabía- dijo Gustavo.

-Es una mujer bellísima y muy joven, entenderán señores que yo deberé cobrar el doble por ella, hubiera sido ideal para que “estrene” al pollito – dijo señalando con la boca al asustado Juanito- pero no importa tendrás que conformarte con una de estas-ahora señalaba a las 5 mujeres paradas delante de ellos.


Juan Ernesto se arrimó un poco al papa lo tomo del brazo y le susurró al oído:

-Por favor papa no me hagas hacer esto, estas señoras no me agradan, están muy feas.

El padre lo miro alzando la barbilla y dijo en voz alta para que todos en la mesa escuchen:

-La tarea de un buen hombre es “coger” y “coger” sin mirar a quien, solo asegúrate que sea mujer, cuidado te vayas a confundir, si no pregúntale a Gustavo- dijo dándole un codazo al vecino, este se molestó un poco y le respondió:

- ¡No se dé qué hablas! Creo que las pocas cervezas que te has tomado te están pasando factura.

-A propósito de eso tienes una cuenta pendiente conmigo, me dijiste que hoy me pagabas- interrumpió Zoila con la mano estirada hacia el padre de Juan.

-Estaba en espera de un dinero hoy, pero no me pagaron, te juro que el próximo viernes te cancelo lo pendiente.

-Ese cuento ya me lo sé-dijo Zoila con incredulidad- ósea vienes con tu amigo y tu hijo a embriagarse y encima quieres “estrenarlo” ¿todo fiado? Habrase visto hombre más cara larga- decía la vieja con ese aire altanero y vulgar que la caracterizaba y alzaba la voz para que todos escuchen. Las personas de las mesas cercanas los miraban y se reían.


Don Ricky se molestó por la forma de tratarle de la vieja, en el fondo el la detestaba, pero era la única persona que le fiaba en todo el pueblo. Ella lo sabía y se aprovechaba cada vez que podía para humillarle, no importaba que tanto se detesten siempre terminaban la noche bebiendo cervezas y lanzándose sátiras entre ellos.

- ¡Mi hijo hoy se hace hombre! Eso ya me lo prometí, así que Zoila dime… ¿cómo hacemos?

-Mis muchachas no van a hacerle el favor al pollito si no ven dinero. Así que por ese lado pierde esperanza, sin plata no hay bautizo… pero hay otra solución- decía la vieja mientras miraba a Juanito de pies a cabeza como si fuera un bistec.

- ¿Qué solución? –preguntaba don Ricky, aunque ya se imaginaba para donde iba la cosa.

-Tengo mucho tiempo sin probar coquito fresco y virgen- mientras decía eso la vieja puso su mano sucia y sudaba sobre el hombro del muchacho. Este se estremeció… pero de asco, no podía creer lo que la vieja estaba proponiendo, pero sabía que su padre no lo dejaría a merced de esa bola de grasa, sabía que su padre le defender…

- ¿Me saldría gratis?- Le contesto don Ricky a la vieja mientras interrumpía el pensamiento del muchacho.

-Claro que te saldría gratis, lo haría como un favor para este muchacho para que sepa desde el inicio el buen caldo que puede dar esta vieja gallina- mientras decía eso se apretaba sus senos gordos y caídos. Don Ricky y Gustavo reían y miraban al ahora aterrado muchacho. Este empezaba a derramar sus primeras lagrimas tomó a su padre otra vez del brazo y le suplico que lo dejara irse a su casa, su voz se quebraba mientras suplicaba, algunos borrachos de las otras mesas miraban la escena con risa burlona, esto ofendía a don Ricky que pensaba que su hijo lo estaba humillando, el no soportaría otra humillación más de nadie, peor de su propia sangre, así que le dijo a la vieja:

-Llévatelo, me lo devuelves en una sola pieza.

Zoila lo tomo del brazo al muchacho intentando llevarlo al cuarto, este resistió como más pudo en su silla, y con lágrimas le pedía a la vieja que lo deje en paz, ella se estaba empezando a molestar con el muchacho cuando de pronto una mano extraña en la mesa los separo.

-¡Déjalo que lo estas asustando!- decía la chica recién llegada, todos en la mesa la miraron, su voz era dulce y suave, pero al mismo tiempo firme y enérgica.

Juan Ernesto la miro con fascinación, era de unos 20 años, mulata, pelo castaño, ojos algo achinados y cafés claros, dueña de un bello cuerpo y una carita de muñeca. Los otros hombres en la mesa la miraban de similar forma. La vieja se sintió celosa de las miradas de los hombres hacia ella.

- ¿Estas son horas de llegar? - preguntaba con autoridad Zoila, si me llegabas una hora más tarde te regresaba de nuevo a tu pueblo.


La muchacha hizo como que no la escuchaba en vez de eso poso su mano sobre el cuello del asustado chico, este le tomo de la mano fuertemente como no queriendo soltarla.


El nombre de la mulata era Martina, ella había estado observando la escena unos minutos antes desde la puerta, ese era su primer día en el burdel de Zoila, pero también era su primer día como prostituta, las carencias económicas de su familia la habían obligado a tomar la decisión de alejarse de ellos para poder darles un futuro mejor, ese día había llegado tarde porque no sabía si ir o no, al final se decidió en ir al burdel sabiendo que siempre las cosas pasan por algo, y al ver al chico a su lado asustado y lloroso entendió que tomo la decisión correcta y así mismo lo que debía hacer.

-Déjamelo a mí, yo lo “estreno” al muchacho- le dijo Martina a Zoila sin desprender su mano del cuello del chico, el muchacho no había despegado hasta ese momento los ojos de ella.

-Pierde esperanza muchacha, en esta mesa no podrás sacar un peso ni con pistola- otra vez hablaba alto para que el resto escuche-

-Va por mi cuenta… mmm… pero solo si tú quieres… -le dijo Martina mirando al chico fijamente a los ojos, su mirada le produjo un apretón en el pecho que nunca más en su vida volvería a sentir, Juanito se sentía intimidado por ella, no pronunciaba palabra. Don Ricky al ver la escena le dijo a la muchacha:

-Se la ha pasado llorando el mocoso desde que se le dijo para estrenarlo, creo que no va a querer contigo tampoc…

- ¡Si quiero! - gritaba el chico interrumpiendo a su padre.


Martina sonrió, lo tomo suavemente de la mano y ambos caminaron lentamente hacia el único cuarto desocupado ante la mirada expectante de todos en el lugar, don Ricky observaba la escena con orgullo machista, Gustavo con algo de celos, los jóvenes se encerraron en la habitación.


Lo que paso en los 43 minutos dentro del cuarto número 6 del viejo burdel solo lo sabrán sus protagonistas.





Al salir Juan Ernesto de allí pidió una cerveza la cual pago con unas monedas que llevaba consigo y se la bebió en compañía de su padre y Gustavo, Martina por su parte se sentó en una esquina a fumar un cigarrillo, en ese lapso muchos hombres se le acercaron para poder intimar con ella, sin embargo, ella se negaba a estar con nadie hasta poder cerciorarse que el muchacho abandone aquel lugar, por alguna clase de respeto inmerecido hacia este. Padre, hijo y vecino permanecieron por alrededor de una hora en el lugar casi en silencio para luego marcharse.


Los días pasaron y el muchacho no podía dejar de pensar en ella, había estado trabajando los domingos cortándole el césped a Gustavo para así poder ahorrar los $30 dólares que le darían otro boleto al paraíso. Demoro alrededor de un mes en reunir la suma, y apenas pudo se dirigió al bar de Zoila en búsqueda de la mulata, solo para enterarse que esta ya había regresado a su pueblo, al parecer no había resistido el ritmo de vida que el oficio exigía. El muchacho quedo tan devastado que ese día se bebió todo el dinero que había ahorrado. Nunca más volvió a saber de Martina.


Retomando las proféticas palabras de don Ricky, Juan Ernesto nunca volvió a ser el mismo, algo de él había quedado impregnado en el cuartito 6, y algo de Martina lo acompañaría para toda su vida. Conoció durante su vida a muchas mujeres, algunas bellas otras no tanto, pero ninguna le volvió a fascinar tanto como la mulata de ojos claros que un día le robo el aliento y su virginidad.

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