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El espectro

La familia llevaba apenas dos semanas de haberse mudado a esta casa, era muy antigua de principios de siglo pasado. Desde que entraron por primera vez a este lugar todos en la familia sintieron una vibra algo especial, por no decir muy rara, alguna clase de energía pesada en el ambiente, aunque ni la madre ni el padre hablaran del tema, si lo hizo Miguel, su único hijo, que constantemente repetía que no le gustaba su nuevo hogar, pedía regresar a su antigua casa, pero como a todo niño de 5 años lo ignoraban pensando que solo buscaba llamar la atención. Aunque los padres de Miguelito lo hubiesen querido complacer al niño les era tarea casi imposible ya que habían invertido todo lo que tenían en la compra de esta casa, no había marcha atrás.


El nuevo hogar estaba ubicado en un pueblo de pocos habitantes, colorido paisaje, árboles gigantes y clima cálido, los días iniciaban con el pequeño Miguel despidiéndose de su padre, lo contemplaba desde la ventana de la casa y lo veía subir a su carro, el padre desde lejos le hacía un ademan a su hijo para así emprender otro día más de trabajo, esa era la mejor parte del día del pequeño, luego de esto Miguelito se quedaba solo con su madre, ella se dedicaba a sus labores de ama de casa y en su afán de tener todo el lugar muy ordenado muchas veces su hijo quedaba relegado a quedarse en su cuarto encerrado.


El niño era tímido y algo nervioso, de apariencia delgada y muy frágil, pasaba los días encerrado en su cuarto jugando con sus carritos de madera ya que sus padres la habían prohibido entrar a otras habitaciones de la casa, su cuarto era un poco oscuro con un olor particular a humedad, se sentía una energía extraña y mucho más pesada que en el resto de la casa, a pesar de esto el pequeño niño cumplía con las ordenes de sus progenitores y no salía para nada de la habitación a no ser que su madre lo llamase para la cena.


Un buen día la madre decidió emprender un pequeño negocio, instaló un quiosco tipo soda bar cruzando la calle, le dedicaba unas 6 horas al día a este emprendimiento y como lo había colocado justo al frente de su casa pensaba en que lo mejor para su hijo es que este se quedara en casa solo hasta que ella volviera. El niño protesto por esto, pero al final no le quedo más que resignarse.


Los días transcurrían y lo que en su momento parecía una energía extraña en su cuarto se iba volviendo en otra cosa, empezaba a divisar una sombra que caminaban lentamente de un lado a otro de la habitación, al principio la sombra era gris y poco visible pero a medida que pasaban los días se volvía más densa y negra, el pequeño niño podía distinguir en esa sombra la forma de un anciano con bastón, miguelito con mucho miedo lo veía caminando de un lado a otro de la habitación, caminaba lento y cojeando, el niño sentía temor y ansiedad por lo que veía a diario, y empezaba a tener conductas extrañas como encerrarse por horas en su armario hasta que desapareciera el extraño espíritu, así también empezó a mojar la cama, sus padres lo regañaban a diario por esto, a pesar de haberles manifestado en reiteradas ocasiones lo que pasaba en su cuarto los padres pensaban que era solo algo de la edad.





Pasaron algunos semanas más y esta extraña energía seguía apareciéndose, casi a diario, ahora cada vez que venía el espectro era acompañado de un frio inusual, el niño seguía encerrándose en el armario, ahora estaba acompañado de un perrito que le había regalado su padre esperando que con la compañía del can el niño dejara de “alucinar”, cada vez que aparecía el espíritu el perrito empezaba a ladrar hacia la imagen del anciano del bastón, con el pasar de los días este espectro se volvía más claro y empezaba a tomar color, ahora podía distinguir otros rasgos más, podía ver su pelo canoso, usaba lentes gruesos y tenía una pierna un poco más corta que la otra, además podía distinguir que usaba un buzo celeste.


A pocos días de cumplir Miguel los 6 años sucedió algo que marcaría al niño de por vida. Se encontraba jugando en su cuarto con su perrito, la puerta del cuarto estaba semiabierta, cuando de pronto sintió un frio que invadía la habitación, el asustado niño ya sabía lo que se venía así que intento salir de la habitación pero en esta ocasión el perrito se le adelanto abandonándolo, cuando Miguel caminaba a la puerta esta se cerró y no le quedo de otra al niño que encerrarse en el armario como otras tantas veces, al hacerlo el niño miraba por la rendija del armario muy expectante del espíritu del anciano, pero esta vez era diferente, el anciano tenía en su mano izquierda una soga, el niño vio como el anciano con dificultad amarraba la soga a la viga del techo de la habitación , el otro extremo permanecía colgando en la viga, el anciano se sentó en la silla de madera azul contemplando la soga por alrededor de una hora, Miguelito miraba expectante sin entender bien lo que pasaba, preso por el miedo el niño desde el armario le gritó al anciano:

-señor váyase! ¡Esta es mi casa! –


Transcurrieron unos minutos más y el anciano movió la silla en dirección a la soga se paró sobre ella, se amarro la soga a su cuello y se arrojó de la silla ahorcándose en el acto, el niño salió gritando del armario, intento abrir la puerta, pero esta estaba cerrada, la pateo reiteradamente, grito por largo rato, su llanto era tan fuerte que su madre al otro lado de la calle le escucho y acudió en auxilio del pequeño.


Luego de este amargo evento a la familia no le quedó más remedio que poner en alquiler la casa y mudarse a otro sitio. El niño se prometió nunca más regresar allí, sin embargo, transcurrirían un poco más de 6 décadas para que Miguel regresara otra vez a la perturbadora casa.


Miguel ahora era un anciano, sufría de Alzhaimer, a causa de su enfermedad cada vez era más difícil lidiar con él, también sufría de una dificultad para hablar, por este motivo se había vuelto callado y amargado, su único hijo quien era el que lo cuidaba, había decidido que lo mejor era que su padre viva en la vieja casa, acompañado de una enfermera dada su condición mental, el anciano no recordaba los episodios que de niño vivió en este lugar, pero a pesar de esto apenas puso un pie en esa casa no pudo evitar sentir esa sensación tan rara de nuevo, esa energía tan pesada que de niño le perturbaba.


La enfermera que lo cuidaba apenas cumplía con lo esencial de su trabajo, le daba sus pastillas y le daba de comer, pero no hablaba con Miguel, prácticamente lo ignoraba, el viejo pasaba sus días en completa soledad, estaba encerrado en la misma habitación que de niño tenía, a veces se sentaba con su bastón , a mirar las paredes y otras veces caminaba por la habitación del cuarto, lo hacía cojeando un poco ya que tenía una pierna ligeramente más corta a causa de un accidente de tránsito sufrido tiempo atrás, caminaba de un lado a otro siempre con su buzo celeste y sus gruesos lentes.


Al cabo de algunos días de encierro pudo sentir que por ciertos momentos en su cuarto se sentían ráfagas de frio, a pesar de no haber ventanas, empezó a observar el espectro de un niño caminando por la habitación, también escuchaba ruidos en el armario, con el pasar de los días el anciano solo se sentaba a verlo sumido en el más profundo de los miedos, quería hablarle pero no podía, cada vez que el espectro se le aparecía sentía un escalofrío recorrer su cuerpo y un apretón en el pecho, estas mismas sensaciones la había vivido muchos años atrás aunque no recordaba cuándo ni dónde.


Se lo conto a su hijo y a la enfermera, pero ambos lo ignoraron pensando que eran solo excusas para regresarse a su antigua morada. El anciano esperaba que el espíritu se marchara, pero este cada día se volvía más real.


La soledad, la depresión y este miedo incontrolable que sentía Miguel día a día lo rebasaron por completo, y un día el anciano cansado de ser ignorado y por el dolor de tener que sobrellevar esta enfermedad se dirigió a la bodega, tomo una soga, subió a su habitación, acomodó la vieja silla azul de madera se subió a la misma y ató la soga a la viga del techo de la habitación, luego se sentó a contemplarla por un rato, todo esto se le hizo familiar como si de algún sueño se tratase.


Mientras contemplaba la soga, se preguntaba a si mismo si tomar o no la fatal decisión, estaba esperando alguna señal del destino, cuando de repente y como dándole el empujón que el necesitaba una vez más entro una ráfaga de frio a la habitación y desde el armario emergió la voz del niño diciéndole:

-señor váyase! ¡Esta es mi casa!


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